Generosidad
EL REY Y LOS CAMINANTES DEL DESIERTO
Había una vez un rey muy bueno, pero un poco descuidado y eso lo hacía menos bueno.
Un día llegó hasta su palacio una tribu que se perdió en un desierto y se les acabó el agua, tenían mucha sed. Llegaron al palacio de ese rey, que mandó que les sirvieran alimentos muy sabrosos a todos, pero no se dio cuenta de que primero necesitaban agua, porque algunos venían muy deshidratados. Ellos necesitaban tomar líquidos, y después de un ratito comer. Ninguno estaba en condiciones de comer y el rey y sus sirvientes no les ofrecían agua.
Cuando el rey vio que sus sirvientes traían la comida, se fue porque le gustaba tratar bien a la gente y luego retirarse a sus jardines para disfrutar del silencio junto con el canto de los pájaros y el sonido del agua.
El guía de aquella tribu le dijo a los sirvientes:
— Por favor, regálenos primero un poco de agua-
— Nuestro rey sólo nos ha ordenado darles muy rica y variada comida –respondió el encargado–, pero no agua, y siempre nos pide nuestro rey que obedezcamos sus órdenes al pie de la letra.
Además, no le gusta que le interrumpamos cuando se retira a sus jardines.
— Señor encargado, por favor, su rey es generoso, pero nosotros no podemos gozar de su generosidad, porque nos morimos de sed y hasta después de rehidratarnos podremos disfrutar de las exquisitas viandas que nos ha ofrecido. Nuestra gente puede morir de sed. Estoy seguro que su rey, que es tan generoso, entenderá que lo interrumpamos para pedirle un poco del agua de sus jardines.
Al sirviente le pareció razonable lo que dijo el guía y lo dejó entrar a los bellos vergeles del rey. El guía halló al monarca y le dijo:
—Señor rey, dispense que interrumpa sus bellas meditaciones.
Usted es muy bueno y muy hospitalario, nos ha recibido con cariño y nos ha ofrecido muchísima comida, pero nosotros primero necesitamos tomar agua y después de un ratito comer.
El rey se disculpó:
— Disculpen que no haya observado bien la situación de ustedes, que no haya pensado en sus necesidades ni en el orden en que necesitan las cosas según esas necesidades.
Ordenó entonces que rápidamente les prepararan agua para que se rehidrataran. Pronto les trajeron agua de limón con miel.
La gente estaba muy contenta y después de un ratito empezaron a comer.
Descansaron unos días en el palacio de aquel monarca, luego llenaron grandes depósitos de agua y siguieron su camino. El rey pensó que era muy importante ver bien, conocer con cuidado las necesidades de las personas para poder ayudarles y colaborar con ellas. Querer darles primero de comer fue una buena intención, pero no fue una acción adecuada. Desde entonces cuando alguien llegaba a su palacio se fijaba bien en cuáles eran sus necesidades y luego trataba de ayudarles.
Aquella tribu nunca se olvidó de las bondades de aquel rey, y cada año trataron de enviarle regalos y cartas con buenos deseos.
Muchos años después, cuando el rey iba a morir, sintió que mucha gente le tenía gratitud y cariño. Llegaron entonces emisarios de la tribu aquella con un pequeño costal de perlas muy finas y una carta que decía así:
Querido rey:
Le saludamos con respeto y gratitud. Le deseamos que sea usted siempre feliz.
Le enviamos unas perlas hermosas, porque aprendimos a trabajar las cosas del mar y hemos hallado un rico banco de grandes ostras llamadas madreperlas. Usted salvó a nuestro pueblo de morir en el desierto y siempre viviremos agradecidos.
El rey regaló una perla a cada uno de sus más cercanos colaboradores. Cuando terminó de regalar la última perla, sintió que era feliz, rodeado por la gratitud de todos y abandonó así su cuerpo viejo con una bella sonrisa.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.